Por el día, haz un recorrido interno,
desde tus circuitos de luz
y piensa e invoca a tus alianzas,
no necesariamente terrenales, aunque también.
Invoca a tus ángeles, a tus Maestros,
a tus seres amados, presentes en algún lugar,
cerca o lejos, en cuerpo y alma.
Acércalos a ti, desde lo que eres,
desde lo que sientes.
Respira con confianza, sabiendo cómo fluyes,
cómo estás ahí, porque quieres.
Obsérvate cómo estás ya,
con cuanta tranquilidad.
Cuando nos amamos y sabemos amar,
es tan fácil y armonioso sentirse bien, en paz.
Y es que a amar se aprende,
sabiendo que se cuenta
con el más inmenso Instructor,
el que está y permanece, en lo que uno mismo es.
Así que respira a plenitud,
con lo que creas o sientas, que el amor es.
Ve abriéndote en tu espacio,
en la amplitud que tu conciencia es,
en lo que es capaz de emanar y recibir.
Y respiras con calma, a voluntad,
con esa fuerza interior,
en la que contienes todo, nada te falta.
Cada respiración te va reconfortando más y más.
Vas avanzando, ahí donde estás, firme como eres,
espléndido como luces.
Respira como el manifiesto que eres,
en un Planeta así.
Y el respiro se secuencia
y se va comportando como ese gran mediador,
entre todo lo que existe y tú,
haciendo la imponderable tarea de unificar.
Así que no denotes ni expreses resistencias.
Que sea tu respiro
quien te haga y te permita conducirte,
por los espacios de luz
por los que tu Ser sabe ser.
Trata de suspenderte, de alcanzar liviandad.
Que ningún pensamiento te pese,
ninguna sensación
y que, si existe sentimiento, sea de liberación.
Livianos.
Hazte consciente
de todo el poder con el que cuentas,
con el que sabes hacer esto y más, ser tú.
Y es que se desarrolla otro tipo de sensibilidad,
que no responde a sentido alguno, más bien,
al sentido de tu Ser, el único sentido, del Ser.
Ya no se siente nada, se percibe todo.
Emites vibraciones que están en ti
y que se alteran un poco
hasta que logras estabilizarlas
y ocurre -vaya que ocurre-, ocurre tu Ser,
el que se alinea, el que se expande, el que logra.
Experimenta la impermanencia,
un estado abstracto, indescriptible,
sin posibilidad de conceptualizarlo,
ni siquiera atraparlo,
más bien, el juego es que te atrape,
para brindarte la más fantástica
posibilidad de liberación.
Hasta la mente sabe y se dispone.
Y ocurre tu dulce fenómeno, único por lo demás,
te deshabitas para habitarlo todo,
así como que todo te habite.
Y ocurre todo esto, todo lo que existe,
todo lo que sabes, lo que entiendes,
todo lo posible, todo se detona más.
Y ocurre, traspasas umbrales
de lo que tu propia mente es.
Y ocurre más, ni estás, ni eres, ni el respiro existe.
Se da como una tibiez, tan maravillosa,
es la maravilla de este tu Ser, sin concepto,
sin encuentro, siempre eres,
en lo que nada ni nadie, es.
Y ocurre, hasta que ya no ocurre nada más.
Es tu cénit,
el que no está dispuesto en ningún lugar,
ni siquiera en ti.
Es todo tan inmenso,
y, a veces, te conformas con tan poco.
Te reduces, te minimizas,
hasta guardas ciertas pretensiones de desaparecer.
¿Y el registro?
Toda esencia guarda fielmente
su registro, su memoria,
contentiva de todo lo que has sido, eres y serás.
Es como si estuvieras en tu propia cápsula,
de lo que el tiempo, el que sabes es en ti, fueras.
Y te mantienes y te conservas en la discreción,
de lo que tu propuesta, tu propósito del Ser, es.
Ve respirando más profundo,
sabiendo lo que contienes
y prescindiendo de lo que no,
sobre todo si lo aspiras,
si guardas esperanzas en ti,
si sostienes afán de recrearte más
y darle curso y avance, a lo que tu no-tiempo, es,
en lo que han sido esas acciones,
que no, no debieron ser.
¿Te ajustas? ¿Te comprometes?
Respira profundamente
y bajo sutil promesa propia,
haz que te ames, que reivindiques, que aceptes,
que pronuncies y que seas lo que quieres ser.
Así que respira
con toda la exactitud que contienes.
Pronuncia internamente:
Lo que en mí ocurre es amor.
Hoy, mañana y siempre.
Lo que en mí ocurre es amor.
Hoy, mañana y siempre.
Lo que en mí ocurre es amor.
Hoy, mañana y siempre.
Om Namaha Shivaya