Plan de Vuelo 2021

Mediante el respiro: exhala, libera, vacía.

Siempre es tiempo para que muera lo impropio.

Es mucho, mucho, pero mucho todo lo respirado. ¿Suficiente? Pareciera que no. Aún nos mantenemos sobreviviendo en medio de barbijos, tapa-boca-nariz y máscaras habituales, a merced de los aires circundantes, tan (des)controlados como (des)proporcionados. Vitales todos. ¿Sanos o enrarecidos?¿Qué más da?

Los filtros, en este mundo, persisten y se hacen costumbres que, de a poco, incorporamos con resignación, producto de la fatigable contienda librada con el inconsciente colectivo. Coloso avasallador fruto de alquimia (im)pura de adn, en desmedidas (pro)porciones de ignorancia, ira, retaliación y desparpajo. A la par y en equilibrio, quien renace tras el fragor de ese ardor interno traducido en clamor: la consecución del Plan Único.

 Ingenuamente, todos estos años, hemos esbozado un “plan de vuelo”, bitácora que no recurre a simulador o a piloto automático alguno, para enrumbar la encomiable tarea de transitarse. Y el plan es el plan, solo hay un plan único. Todos los demás: evasión, placebo en dosis prescrita, terapia ocupacional. Incluso este mismo intento. Este vuelo solo tiene un plan y este plan solo se despliega en íntimo horizonte. No existe espacio externo para tal vuelo. Así que abróchese su cinturón…

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Editorial| Newsletter Nº31

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Diciembre 2019

Que la Paz nos alcance

POR SRI MATAJI SHAKTIANANDA

Sí, que la paz nos alcance. No se trata de un deseo, ni siquiera una petición, es una resolución conscientemente íntima. Cero prédica, cero clamor, cero protesta, cero reclamo. Cero nada. 

Retumba dentro todavía aquella antífona, en un sinfín de tonos masculinos: párroco cercano, cura del colegio católico, pastores de toda índole a los que siempre escuché atentamente decir: 

Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. La paz del Señor esté siempre con vosotros.”  Y uno en sentimiento puro y afín: “Y con tu espíritu”, esperando la sutil orden que hiciera posible la ley para la comunión humana: “Daos fraternalmente la paz.” 

Rememoro entonces aquel sacramento entre almas y aún me conmuevo. Era el momento más esperado de todos, previo a la comunión, el irrenunciable acto de tomar en cuerpo al mismísimo Cordero de Dios, el que quitaba todos los pecados del mundo, así como dichosos éramos los autoinvitados a ese festín sabiéndose en Él.

 Era recibirse a uno mismo, con apetito, fe, razón y amor. Toda la panacea de la Unidad, de la comunión hecha, del acuerdo dado, la esperada apacible vida ¿qué más?  Qué utopía en esta realidad tan distinta.

 Este recuerdo, esta sensación la retomo muchas veces, cada vez que respiro esta realidad; irreversiblemente cargada de dogmatismos y, todos los ismos posibles, más aquellos que aluden a las religiones. Fuerzas que han ido in crescendo, pese a los siglos de experimentación que no han arrojado evolución y mucho menos una inviable unificación.

Sólo queda expresar la minúscula verdad interna, la escuchada, entendida y asumida en práctica: “Dominus vobiscum (El Señor sea  con vosotros) Et cum spiritu tuo (y con tu espíritu)”. 

Me reservo el amén, siendo hoy una petición viciada y desatendida por muchos. El “así sea” es un nivel de conciencia que genera el “así es”. No habrá furia evangélica, ni nueva ola cristiana, ni ninguna que se apropie febril y peligrosamente de un término universal que es de todos y corresponde a la paz. 

 Pax Domini sit semper vobiscum. (La paz del Señor sea siempre con vosotros).

Amén, amén y amén.

Editorial| Newsletter Nº30

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Octubre 2019

Experiencia Navaratri

El pasar de nueve noches de peso cósmico

POR SRI MATAJI SHAKTIANANDA

 ¿A veces la acción se podría dar por un toque de queda? Y aunque suene contradictorio, para nosotros fue la pauta de tarea. La Experiencia Navaratri nos dejó como consecuencia una revuelta continental en respuesta a lo que los vientos se llevaron hace ya un tiempo, si es que alguna vez hubo: el sosiego y el bienestar social.

 Por lo que “quedarse quieto”, mientras las turbas humanas desataban sus furias existenciales por reclamos, demandas y reivindicaciones, fue parte del ritual concebido para accionar lo interno, sabiendo que desde ahí lo que se obra es muchas veces inestimado.

Cada manto diario de la Shakti, en sus manifiestos de Durga, Kali y Sarasvati, durante sus nueve días, vistió el panorama del matiz adecuado para desnudar las realidades que se confrontan en el insondable vacío social, cada vez más socavado y evangelizado en una potente munición que a la más mínima agitación, combustiona.

Ese inconsciente colectivo tan maleable, dúctil e inocuo se ha convertido en la pólvora necesaria para el enfrentamiento social que se ha ido fraccionando para que, desde sus partes opuestas, venguen las desventuradas razones existenciales que ya no se sostienen más. Es cuando se sabe de la vulnerabilidad de sus entrañas, por un lado, una especie de egregor frágil, nulo en su manifiesto de luz pero, por el otro, indomable y ensombrecido por sus padecimientos ancestrales. Fluido latente en la genética infalible que nos enraíza a todos a este sistema.

Asunto: Experiencia Navaratri, a templo cerrado o abierto, dependiendo del caso, nos arrojó una historia que se viene escribiendo distinta, no por eso distante y menos ajena a las circunstancias humanas, que han ido mermando nuestra cualidad innata hacia el intercambio y la empatía con el entorno, considerando esa circunstancia espacial, asimismo, como una elección para nada circunstancial, forzada o cómoda. Es perfecta.

Nuestros karmas personales y colectivos han hechos estragos y, cada vez más, están haciendo su tarea de disociarnos, distanciarnos y reducirnos a esto tan anodino y disperso que hoy somos como familias, colectivos y sociedades que no encuentran acomodo en medio de tantas divergencias. Nuestra humanitaria actividad de convivir todos dentro del planeta, en tránsito –además-acotación que nunca sobra es ardua, y quien lo sabe lo va llevando, sin apelar a sentimientos de fuga o escape, menos de aferramiento y apego, más bien de sabia y madura aceptación. Todo es acción y consecuencia de todo. 

Que la Shakti-Acción inunde hoy toda parcela propia y la de aquel, el otro, aparte como está, aparte como se siente, en ese otro cuerpo, con su mundo tan extraño como el nuestro, foráneo por antonomasia, inabarcable desde ese interior único, al que cuesta convencer que la sustancia es la misma y que el fuego cósmico nos incinera igual.

Editorial| Newsletter Nº29

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SEPTIEMBRE 2019

El tiempo evolutivo

por Mataji Shaktiananda

No dejes para mañana lo que tu karma determina hoy” y el apotegma toma otro sentido así. Y será mucho más para aquellos que -poco o mucho- ya entienden lo que es el karma.

Espacio-tiempo-acción es el axioma que configura el karma, para generar así una energía inherente a cada ser, que cobra vida propia en cada uno. Es –ni más ni menos- toda acción vivida en el espacio y en el tiempo que hemos elegido para existir. Y la cualidad de esas acciones configura la naturaleza kármica que se imbrica a las vidas que creamos.

Entonces queda disolverlo, para finalmente alcanzar la liberación, transcendencia, la unificación o lo que para muchos es la nada, entendiendo aquello como el cese de toda acción que prolongue la existencia en vidas. Es el ansiado moksha de las escrituras védicas en las que se dictamina que, quien redime, rehace y disuelve lo que conlleva su karma por ley, se libra de retornar a la vida.

Toda esta explicación chocará con doctrinas que poco sostienen la evolución, término que se ha venido degenerando a razón de los prototipos existenciales dados como humanidad. Esta presencia, y lo que cuenta ya –irreversiblemente- como planes existenciales que vienen dando tan cismáticos resultados, es la data que hoy podemos considerar en fe como ¨evolución humana¨.  

Son inocultables los lineamientos evolutivos propios que, con la misma ecuación espacio-tiempo y las variables kármicas, han ido impregnando este planeta de tensiones inverosímiles, así como irremediablemente infectando el sistema. Ya queda como simple alegoría de nuestra relación con nosotros mismos y, en buena parte, denota la desestimación que hacemos de la configuración interna que nos interconecta con todo lo que existe.

Sí, existe un “karma”. Esa -casi siempre densa- manifestación que nos es inherente y de la que debemos deshacernos por ley, justa y exacta por lo demás. Nadie se exima de identificarlo, reconocerlo y desleerlo, dentro de esas sustancias visibles e invisibles que nos conforman. Y para ello existe la todavía confusa figura del tiempo como medida inmedible de nuestra viciada retórica de acciones; loops que se repiten y se enquistan ante nuestra ignorancia propia.

Por eso, la clave es autoconocerse, pero no en la desesperada actitud de que sea el otro quien te permita saber quién eres, menos con las desplegadas y hasta desinhibidas imágenes que se suben a un Instagram, o al recontra-archivo- memorabilia -de-la-más-absoluta- credulidad” en la que se convirtió el libro de caras (facebook) para fichar nuestra inconciencia dentro del rastro evolutivo que asimismo han desarrollado las (en)redes humanas.

Y cuenta el tiempo, nada más, ¿o aún se duda? Es la ecuación de vida más exacta que existe. Aquí no entra dicotomía filosófica, creencias baratas, juego cósmico acomodaticio, o la tan trillada “zona de confort”. Ni tampoco entra el descreer lo que como vidas hemos arrojamos al planeta.

Tanta tara genética y colonialismo salvaje de energías, latiendo por las pulsaciones egoicas de poderío y falso bienestar. Conductas predeterminadas, así como erigidas en justo comportamiento a realizar en este lado del universo, que se ha convertido en una hegemonía rancia que, inevitablemente, estamos sintiendo como poderío expansivo que nos resta tiempo, sin contar con mecanismos de conciencia que nos hagan darnos cuenta que solo el tiempo es lo imprescindible y lo más real que esta realidad nos permite. Conjugando todo presente con el principio igualmente inherente que es amarnos en toda nuestra presencia, sean las vidas vividas y la existencia planeada.

¿Nos permitimos entonces contar con el tiempo? Y deberíamos, más que cualquier otra cosa en este mundo y, si podemos, en algún otro. ¿Razones? Todas. ¿Evolucionar?

Hacia cualquier cosa que pueda expresarse ya fuera de este revoltillo de nomenclaturas kármicas en las que nos enganchamos una y otra vez, por la poca voluntad de romper el mal concebido eje evolutivo que nos apega a esta estación terrena que ya no nos satisface como especie, sea cual sea nuestra naturaleza, y la estación cósmica de la que venimos a juntar experiencias para el supuesto ejercicio evolutivo humano.

Hay que contar, eso sí, con tiempo evolutivo, término que hemos acuñado en esta Escuela para zafarnos de nuestra desidia, incredulidad y acomodo existencial y que apela sin descanso a la voluntad. Es la única manera de jamás vencer el tiempo, con él no existe batalla alguna, además.

¡Nos vemos, como siempre, en otros planos de conciencia!

 

Editorial| Newsletter Nº28

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JULIO 2019

Varanasi, la morada infinita

Despertar en Varanasi sabiendo que nada ha sido un sueño. Más bien parte de una misma realidad que sobrevino como un Déjà vu, desde el mismísimo día en que se pisó de nuevo -en esta vida- esta bendita y sagrada ciudad. Del hedor astral que asaltó entonces el alma, como un rebullicio pleno de sinsentido, hasta el silencio que sobrecoge ahora en toda contemplación, que ya recuerda nada más que para vivenciar un pasado latente.

¿Para qué? Y sólo vale si el pasado que existe hoy se abalanza como un ladrillo intacto que edifica la existencia presente.

Varanasi golpea duro, sólo para asestar a la memoria señas casi ininteligibles que nos llevan una y otra vez a nosotros mismos. Ayuda asentarse, surcar el cauce a contramarcha, constante y perenne, rayar vetas, y contemplar el arrastre de ofrendas, hasta los mismos restos -hilachas humanas- o más bien fibras de esa tela corporal que revistió el alma y verlas desvanecerse en cenizas, tras el ardor en las piras eternas que humean en medio del aire de la ciudad, elevando la muda, y a la vez explícita plegaria: no nacer nunca más.

Varanasi nos ha concedido el permiso de habitarla -en vida- nuevamente. Y ya lo legendario empieza a recobrar desde esa vida interna, químico-físico-genético que impregna toda esencia lo que de ella es. Ya se revive en las corrientes del alma, quien es definitivamente quien se estremece, la memoria que se extiende en cada piedra concebida para el ritual. Ya caminar lo es. Postrarse ante Vishvanath lo es.

 Reflejarse en en cada rostro rayado de historias lo es. Navegar en bote de palmo a palmo la vena materna vital lo es. Sostener el hilo de vida que es esta existencia para saber morir lo es.

Sí, esta realidad es inherente, no es un sueño, ni nada parecido. No es tiempo para romanticismos ni estadios egóicos y menos lugares comunes que por resabidos se acomodan. No, Varanasi es hoy nuestra más pura realidad. Y en particular esa estrecha callejuela, a tope con mezquitas y mandires. Estar a medio camino entre las dos estancias de quien nos brindó la sublime bendición del encuentro propio no es una causalidad común; es única.
Entonces en este Gurupurnima, eclipse mediante, valga la celebración para rendirnos ante la esencia inmortal de Lahiri Mahasaya. Desde hoy habitamos en la ruta que cruzó una y mil veces hasta elevarse, hasta allá lo alcanzamos para alcanzarnos. Preparados estamos para habitar en esta realidad que no sucumbe a espejismos, ni desvaríos, ni exaltaciones. Es el continuum dado en este andar tan antiguo como nuevo. Ya habitamos para morir en esta ciudad que nunca fallece -y el tiempo es testigo- porque se sabe viva, eterna, inmortal.

Varanasi es hoy y para siempre nuestra morada.

Mataji Shaktiananda

Editorial| Newsletter Nº27

 

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Editorial Newsletter Nº27

MAYO 2019

EL GOLPE MAESTRO

 

Esa es la actitud. La más firme. Quien quiera darle a su vida un sentido menor puede conformarse con bagatelas menores también, existen y de toda naturaleza. Porque no se trata de enfilar a insustanciales ejemplos lo que es la templanza en la naturaleza humana. El coraje dado en valentía, así como el riesgo atado a la ponderación, todo junto, formaliza el equilibrio vital para plantarse en los dos pies y saberse. Sin aspavientos, tampoco timideces, menos falsa humildad. Es saber ser desde el estar.

Eso me dice esta imagen que hoy me brindan, tomada en una de las tantas veces que Swamiji Divyanand estuvo a nuestro lado, danda en mano y desde hace rato, celular también, dirigiendo esta expresión del ser que es uno. Así, Shankaracharya Divyanand, quien acaba de dejar estos planos para transcender -desde su fuerza molecular- aun más hacia la luz, nos arropó con su divinidad desde el primer día de nuestro encuentro. Estos pasos juntos en esta encarnación, impregnados de sabiduría y calidez, nos acentuó y nos dio índice de la aventura sin par que nos volvió a reunir para reafirmarnos en el sendero eterno y en la búsqueda incesante del ser en uno mismo.

No fueron pocos tampoco los extremos azares en tiempo visible que debimos sortear para experimentar con virtud la realidad atemporal e invisible que nuestras almas han sostenido como propuesta. Juntos aquí, en esta implacable contemporaneidad, nos resteamos con firmeza ante la escasa piedad y censura que esconden los temores comunes frente a quienes se brindan sus propios frutos existenciales, llámese legado o tradición, propósito o determinante vital, para referir en palabras humanas semejante correspondencia.

El alma bendita de Swamiji sólo aceptaba promulgar verdad, propia y ajena, de allí que sin tabúes señalara por doquier la falsedad y la simulación. No la soportaba, aunque debiera cumplir con los dictámenes de una entrega, jamás trabajo u oficio, como lo aclaró cientos de veces, con la tarea de regente de la tradición védica, en estos tiempos de confusiones y farsas espirituales.

El Shankaracharya, y lo decimos hoy ya sobre su aliento etérico, nunca permitió rendición ante estas faenas y aun mantengo impregnado su golpe en la espalda cuando me sentí flaquear por el pronunciamiento, entonces incomprendido, que mi alma había realizado. “Fuerza, Shaktiananda, el Señor Shiva no se pronuncia si no tuvieras la capacidad de asumirte”. Así fue siempre ante nosotros: directo y enérgico, vehemente en sus posturas y con una bondad en su verbo que abastecía cualquier alma.  Así aprendimos de todas sus fases por demás visibles, abiertas, íntegras y asimilamos la medida de arriesgar toda fuerza existente en uno mismo para establecer el orden interno, pese a los embates.

Ese manifiesto visual es él, hasta hoy mismo, severidad y candor, dulzura y clemencia.

Hoy, cuando tras su partida nos dijo más y nos dejó sin mezquindad sus incuantificables valores y herencia de luz, nos rendimos a su alma, inmersa ya en la nuestra para siempre.

Más paz, más luz, más amor, amado Swamiji, siempre en nosotros estará su alma infinita.

Mataji Shaktiananda