Concéntrate en tu respirar.
Haz el sano ejercicio de controlar tu respiración,
entendiendo que la controlas y la dominas
en tu plena y entera libertad,
a lo que, interiormente son tus ciclos
de inhalar y exhalar,
pero abocándote a generar
una manera más sosegada,
en momentos así.
Obsérvate.
Si ciertamente has aprendido a respirarte,
a equilibrar ese mecanismo que te permite todo.
Si sabes bien, si atiendes bien,
todo lo que tu respiro traduce.
Y si, finalmente te proporcionas una calma
para ejercer conscientemente tu respiro,
con el propósito, la intención de interiorizar.
Y es que tu respiro te muestra tanto,
te acerca tanto, te mueve tanto.
Es la base y la parte fundamental
de tu ejercicio meditativo.
Y más, cuando dentro de tu orden
alcanzas un bienestar, una fluidez,
una constante por demás amorosa,
de tu necesidad de respirar así.
Activas conductos que, poco a poco,
se van pronunciando dentro de ti,
armonizando, restableciendo y abriéndose.
Todo lo que podría ocurrirte
físicamente, mentalmente,
está determinado por lo que ocurre,
por cómo están todos esos circuitos,
los que pacientemente y constantemente
deberías trabajar así,
respirando, concentrándote, aquietándote.
Imagínate lo que es tu cuerpo latiendo,
en esta vasta inmensidad que el mundo es.
En esta actitud, con este carácter,
esta posición y esta intención.
Imagínate.
No se trata de que te exaltes.
Más bien, asume con humildad tu necesidad.
Siéntete.
Y sabrás que es poco, lo que en verdad sientes,
ya que todo debería estar dispuesto,
en otra instancia propia.
Ahí está tu respiro, tan sutil,
tan profundo, tan constante,
sin agitación, logrando sostenerte
en esa extraordinaria cualidad
que es saberte en tu Ser.
Desprovisto, hasta de la materia.
Consciente de ser y estar.
Habitando el mundo posible.
Atendiendo la fuerza vital.
Aceptando el momento presente.
Asistiendo a la verdad propia.
Conteniendo el Absoluto
¿Qué más?
¿Te parece poco privilegio?
¿Desconoces toda tu cualidad?
No deberías.
Todo esto engaña.
Y, si lo permites, resta.
Y, si lo desatiendes, mata.
¡De tantas formas!
Ya eres tu respiro.
Es lo que te permite considerar
que habitas la constante, pese a todo esto.
Y que puedes atribuirte toda fuerza,
lo que te permitiría, no temer,
a nada, a nadie, ni a ti.
Mantente y experimenta lo que es la Nada.
Ni un pensamiento, ni una alteración,
ningún escondite, ninguna maldición.
Nada que escuchar, nada que decir.
La maravilla del Ser.
El pulcro silencio.
La existencia plena.
Créelo.
¡Es tan posible!
Dirás, casi bajo un mudo sofoco,
¿Cómo olvido? ¿Cómo ignoro? ¿Cómo evito?
No lo hagas. Más bien, prueba tu resistencia.
Prueba tu alineación.
Prueba tu voluntad.
Prueba tu amor.
Dirás ¿probar, por qué?
Y es que, a veces, es lo inevitable.
Es como si no dependiera de ti.
Estamos en un Universo consciente que responde.
Y, al tú ser una respuesta, es Ley, porque accionas.
Respira y nota tu respiro.
Cuánto alimento es de ti.
Cuánto activa, cuánto mueve, cuánto recibe,
cuánto da, cuánto se atribuye, cuánto distribuye.
¡Es tanto!
Respira profundo, muy profundo.
Recréate en esa satisfacción,
tan vital, tan pura.
Aliméntate.
Alimenta tu mente, alimenta tu cuerpo,
de esa vitalidad que tu conciencia es.
Respira agradeciendo, haciéndote presente,
preparándote nuevamente
para habitar tus espacios,
contigo, con tu gente
y, mantén lo que has percibido.
Om Namaha Shivaya