¿Estarás ahí? ¿Estarás presente? Asegúrate de eso. Y lo podrías hacer, disponiéndote en un sutil estado de permanencia, en ti.
Sabiendo, además, todo lo que efímero es, empezando por este cuerpo. Así que amorosamente reconócelo, habítalo, siéntelo y, si te es posible, despréndete un poco. Mantenlo ahí, con tu armónica respiración, estabilizándolo, haciendo que se sienta bien.
Que no exprese incomodidad. Respira. Y, de alguna forma, sensibilízate a su forma de responderte, energéticamente.
Cómo existe ese campo áurico, que igualmente permanece ahí, en consonancia con todo lo que eres, se establece un fluir de información. Esa información la genera tu mente, por lo que sería prudente, que te ocuparas de lo que tu mente es, en este momento. ¿Cómo se siente, dónde se ubica, qué responde, cómo se intenciona?
Y no es que te afanes mucho en sentir algo, qué sería, si de alguna forma, estás neutralizando todo, sellándote, configurando un estado tan propio.
Dirás, ¿qué me sostiene?
Tu conciencia.
Es la que produce todo.
Es la que opera ahí,
en tu mente abierta, para ti.
Porque es el momento en el que puede permitirse abrirse, desde la quietud que le brindas, la necesidad que expresas y
el amor que te profesas.
Dirás,
¿y qué sujeta mi conciencia?
Y en principio nada ni nadie
más allá de ti.
Pero es tu propio conducto, es tu esencia, tu sustancia, lo que se autogenera,
todo lo que eres.
Dirás, ¿qué o quién soy entonces?
Si mi cuerpo es efímero,
si mi mente es abierta.
Respira.
¿Crees que existe alguna respuesta posible a la sempiterna pregunta humana?
Y, aunque todavía no lo consideres o te sientas incapaz -o de alguna forma, en resistencia-, tendrías que ir abandonando este estado tan humano y proyectarte hacia un estado más divino. Respira porque la palabra puede que esté en desuso. Que la sientas inalcanzable, pretenciosa, fantasiosa o demodé.
¿Dónde se concibió el término divino?
Y el hombre lo utilizó para nombrar
lo que no era de él,
lo que no era él.
Fue cuando sintió que había perdido
su poder de amar.
Tanta lucha, tantas guerras,
tanto odio, tanto dolor,
tanto sacrificio, tanta hambre,
tanta oscuridad, tanto miedo,
tanta crueldad, tanto misterio,
tanta mentira, tanto egoísmo,
tanto dogma, tanta culpa,
tanta negación.
Respira.
Respira como si quisieras reconciliarte con esa parte de ti, esplendorosa.
Y extasíate ahí, créete tu respiro,
tan fluido.
Créete.
Créete tu estado divino.
Créete tu conciencia divina.
Créete tu permanencia.
Respira conforme y logra el mínimo respiro, con el máximo aliento y extasíate.
Respira profundo, a toda tu profundidad, la que conoces o desconoces.
Respira en todo tu interior, lo asumas o no.
Respira atreviéndote como siempre, a permanecer aquí, hasta que así lo hayas dispuesto.
Respira consciente, respira aquí, ahora, retornando, reconociendo tu cuerpo, sintiéndolo en cada respiro y visualízate ahí, donde hermosamente te encuentras, donde tan divinamente te has dispuesto una vez más, a ser tú.
Sé siempre tú. Sé siempre.
Respira agradeciéndote
Respira.