PLAN DE VUELO 2019
Shanti
por Mataji Shaktiananda
Shanti
PLAN DE VUELO 2019
por Mataji Shaktiananda
«Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellu»
(Si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra)
Flavio Vegecio Renato
El plan llega en pleno vuelo, volando pues, de un lado para otro, la India mediante. Aclaro que no de volada, me lo he pensado. Con este Plan intento darme luces para asumir un nuevo ciclo existencial. Mientras el plan sea volar, no hay tierra que valga, digo, y aquí valdría la frase de Frida Khalo: “Pies, ¿para qué los quiero, si tengo alas para volar?” .
De entrada, Shanti es el “leitmotiv”. (Shânti, término sánscrito que expresa la noción de paz espiritual) Sí, Paz, en mayúscula. Así, porque sí, porque ya. Hay demasiada contienda afuera para intensificar la de adentro, que no debería ya estar librándose impunemente sin tregua ni cuartel. Es tiempo de atenuar tensiones, producto del discernimiento, que no se entienda como suspensión, receso, distensión o cesantía, menos aplazamiento o darse licencias ilícitas. No hay tiempo para eso, pero sí para disminuir un poco la carga propia, aligerar el peso, e imprimirle lo sabido: menos drama, bajarle dos.
Muta, Gaia, muta
El mundo, el planeta, el globo, Gaia, la Madre Tierra es un ente mutante que nos aloja tan bondadosamente, a sabiendas de que venimos en plan de habitar, conocer, conquistar, dominar e, implícito, con un síndrome mayor: “confortabilizarlo”. No con poca ni menos patética resignación, hemos aceptado y popularizado la sensación de que somos la peor plaga que lo ocupa. Pero, ¿por qué? Porque cada quien irrumpe aquí con su guerra interna. Tan íntima como plural. Tan propia como convenientemente ajena. Conflagración que, quien la descifra, arma una estratagema propia, y -si la voluntad lo permite- sin protesto, lo hace para finiquitarla, a conciencia de que se hace imperioso, asunto de vida y muerte.
Se nace con la alerta -ya no pecado- original, en un estado de lucha, batalla, conflicto. En condiciones en las que la beligerancia empieza con la autoexpulsión. El ímpetu de alumbrarse trae, por supuesto, el karma; y pareciera que salimos, pero es una entrada prevista, astros mediante. En el caso más natural, nos abalanzamos por un orificio que dilata, primera tensión autogestionada, ensanchamiento previsto, para el resurgir de nuestra estructura –en principio, física-. Abandonada la primera trinchera, amorosa, si nos acompaña un buen karma, se sale a la “sana” disputa de ganarnos un espacio-tiempo real, con lugar, fecha y hora registrada, parentela, herencia genética, kármica por lo demás. Todo lo previo cuenta igual, aunque se diluya más rápido. Presente entonces, la primera victoria posible del ser humano: ganarse una vida que, si se acuerda bien, se da para liberarse hasta de sí mismo.
«No te preocupes demasiado por lo que has sido
en la vida pasada, ni por lo que será en la futura vida,
ocúpate mejor en descubrir lo que eres en esta vida».
en la vida pasada, ni por lo que será en la futura vida,
ocúpate mejor en descubrir lo que eres en esta vida».
Sri Ramana Maharshi
Paz, eso busca la guerra
¿Cómo vivir para el logro de la paz interna? Identificando la tensión como se expresa en nosotros: inflexibilidad y resistencias. Muchas veces como crudeza, arma mortal que puede terminar siquitrillando -violenta o lentamente- la conciencia. Eso sería lo combatible, el origen de nuestra guerra interna.
La paz sería el mejor desenlace de la guerra, cualquiera que sea, aún la que surge sin aviso, vale entonces: “guerra avisada no mata soldado”. ¿Cuáles serían los avisos?Irremediablemente las tensiones del karma. La guerra que ya viene armada con toda acción pasada y detona hoy. Estalla en patrones de temor. No hay misterio ni enigma, ni hay que crearlos, más bien debe darse la sabia autoexploración para reconocer cada explosión y concertar nuestra existencia toda. Nuestra maldad-ego cuenta con un arma muy eficaz: la paciencia, la que astutamente debemos usar a nuestro favor, como parte de la estrategia de paz.
¿Cómo hacer ajuste en esta contienda tan personal y propia? ¿Cómo evitar el contagio con el caos y la desoladora violencia mundial? Convendría que sea así: toda guerra debería ser a muerte. ¿Algo más letal?: matar la guerra antes de que se cobre la verdad, tú verdad. ¿Cómo? Evitándola. Prescindir de episodios bélicos, luchas, combates, confrontaciones, ni con uno ni con nadie.
Utópico, pero hay que crear una realidad interna pura, consciente y posible. Generarse un estado interno que trascienda la polución y el desafiante exterminio mundial, el programado por el sistema de conciencias ocultas que atenta contra tu plan personal. Eso que va matando silenciosa e inadvertidamente. Lo que resta tu conciencia.
¿Combatiente y así como partidario entonces de qué? Y en principio de uno mismo, que quede claro. Sin violencia, transgresión, recriminación, más bien el saberse, conocerse, aceptarse, restearse con uno. Nociones de esa provisión innata con la que toda partícula del Ser cuenta.
Aquí entra el término Ahimsa, traducido literal como la “no violencia”, tratándose, más que nada, de una actitud, un estado de paz interna que encierre respeto y reverencia hacia todo y todos. Lejos esto de reflejar inhibición y cobardía, más bien valentía, humildad y compasión. Y todo esto se trabaja, no se improvisa ni se decreta, hay que depurar con disciplina y autocontrol, así como rescatar valores éticos.
Concebir el riesgo de amarse sería la maniobra más inteligente, no llegar a tribunales íntimos de juicio, ni sentencias condenatorias, menos ceder a una autoaniquilación consciente que deje fuera del espacio ganado, reflejado esto en patrones autodestructivos, vicios y enfermedades que arriesguen nuestra vida y justifiquen cualquier muerte. El principio, así como el fin está justificado: salvaguardar la verdad. La que habita incólume, intacta pero confinada como rehén de nuestra mentira, autoengaño y retraso.
“La primera víctima de la guerra es la verdad”.
Hiram Warren Johnson
La Paz se hace
De brutal crudeza la frase de Warren, para libre interpretación, por lo demás. En lo propio induce a sentir que siempre gana lo más poderoso, por supuesto, el poder de amar. Por más brutal y cruda, la verdad debe ser la víctima, aunque el patrón funja -queriendo o no- de victimario. Más cuando el rol de víctima se agota con o sin ese aviso de contienda y la proclama sea la victoria hasta sus últimas consecuencias: hacer las paces.
Esto sería lo que en los Vedas se señala como Satyagraha, “la fuerza de la verdad”. Lo único que podría sustituir nuestros vacíos, convertidos en mentiras, autoengaño y falsedad. Se trata de una convicción de victoria en la que no existe derrota ante enemigo alguno, más bien la conversión-transformación hacia una conciencia más elevada. Simple: más amor.
Pero insistamos, ¿desde dónde surge tanta guerra? Sabiendo que el amor no es más que la victoria que se suma a la verdad y la aceptación, lo que lleva al concilio y por ende a la paz. Volviendo a ese origen belicoso que nos invade sin tregua cuando pretendemos obtener un estado de paz, de paz interna que es el hábitat de esa alianza innata del ser con el Ser.
Siempre será nuestra oscuridad (guerra) la que atente contra nuestros estados armónicos, la que acribille las intentonas de concilio. Aquello que creemos ser sin cultivar la certeza. El único sentido existencial que daría la fe, como arma inexorable que explique este transitar por episodios y escenarios tan belicosos para la conciencia.
Aunque el mundo, ya como lo encontramos, desatado en sus conflictos, generando cada día más racismo, discriminación y diferencias abrume. Queda la postura firme y por demás esencial: pacificarse. Generarse los mecanismos propios de concilio ante toda batalla avisada o por avisar, en la que nadie muere. Nunca, además.
Surge así la consigna ya para nada secreta o inalcanzable: ser inmortal, como opción de gloria infinita. Gozo manifiesto en el éter.
¿Y de qué serviría estallar en gozo en confines donde la tensión no existe? Sin orgullo imaginado ni aspavientos, queda sólo el digno signo existencial: habitar el vacío, la nada. Ishvara Pranidhana. Entrega a Dios.
“La paz comienza con una sonrisa” dijo -¿sonriente acaso?- la madre Teresa de Calcuta, con su rostro cruzado por esas líneas de expresión ante todo lo experimentado. Eso dijo, pese a que casi todo lo visto en sus cruzadas de asistencia no era como para sonreír siquiera. Desde su bondad interna supo sostenerse en el gozo, esa Ananda que impregna la fortaleza y el ímpetu del bien manifiesto. El sentimiento de ayuda, de allí su aguerrida existencia, testigo en primer frente de la tragedia humana. Incluso con lo que se le ha imputado: aceptación ante lo intratable, lo incurable. Mezcla de resignación y conformismo quizá.
Y queda lo que es mi sempiterna pregunta todo el tiempo para todos: ¿content@s? Y no es más que Santosha, término reafirmado igualmente por Patanjali: “A partir del contento y la benevolencia de la conciencia surge la suprema felicidad”. Es el logro crucial de la paz que sólo puede residir en el corazón, el que gobierna la mente. La calma interior ante cualquier circunstancia de vida. La tranquilidad, la imperturbabilidad y el perenne consuelo o aquello que hoy en día se ha generalizado como la resiliencia. Remontar toda calamidad sin desaliento. Simple: confiar. Es la salida prevista cuando se desmantela el egoísmo.
“Ese estado de silencio, equivale a una entera paz,
en la cual la mente cesa de ocuparse de lo irreal.
En este silencio, Aquello que conoce es Brahman,
con el gozo de la felicidad inacabable”.
en la cual la mente cesa de ocuparse de lo irreal.
En este silencio, Aquello que conoce es Brahman,
con el gozo de la felicidad inacabable”.
(Viv. 526)5.
Se me antoja citar a Zygmunt Bauman: “Morir significaría caer en una nada despersonalizada: una nada totalmente privada, una despersonalización estrictamente personal. Con la desaparición del yo, la vida como tal no se detiene -y esta idea de una vida que prosigue sin mí es la que permite concebir y comprender la futura nada de mi ser (´nada´entendida, como ausencia de relación social). Aquellos que me sobrevivan serán espectadores de la inminente revelación de mi nada. Su mirada certificará mi nada”.
- Mediar, dar tregua, sin aplazar ni suspender, por la unificación que quieres ganar en tu consciencia ¿con el resto? Ni pendiente. La mejor estrategia siempre será que empieces por ti, eso garantiza todo.
- Apela a lo que tan arduamente has venido conquistando en cada una de tus batallas públicas y ocultas, es decir las que cuentan con contrincante conocido, nada ajenos y absolutamente notorios, asume tus desatinadas batallas, así como las otras, las íntimas, en las que te dañas internamente.
- Paz. Así de breve y simple. Por lo que no deberías tampoco extenderte en desarrollar una estrategia sesuda y temeraria, más bien, sosegada y paciente.
- ¿Prometido? Vamos entonces con esas promesas de Paz en tiempos de guerra que bien valen, para que erradiques todo lenguaje bélico de tu inconsciente, algo que surtirá como arma letal y silenciosa para la disolución no beligerante del Karma.
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