Desde que la Escuela vio luz, su luz, siempre se concibió dar en humilde servicio -en cualquier espacio- lo que es el Hatha Yoga en toda su universalidad y expresividad. Lejos de exhibición, la noción surgió para compartir el beneficio de una disciplina tan milenaria como contemporánea.

No han sido pocos los esfuerzos de cada foco para habilitar un espacio público y brindar la realización del conjunto de asanas que lleven al practicante a su encuentro propio, cuerpo mediante. Dejarse extender con forma y sentido para lograr la conexión que produce la movilidad energética de las figuras.

Con íntimo orgullo, aquí en Cuenca, la experiencia sigue siendo exitosa y por demás notable. Por eso el afán de comunicar el logro. La nueva etapa nos sitúa en el Parque de la Madre, el que siempre ha sido referente local de movidas de todo gramaje y color. En el que la oleada de seres cuencanos, por naturaleza y adopción, alguna forzada por lo demás, se rinden a lo que sus voluntades les permiten y por cita planeada o impulso de ocasión se plantan en el césped y se funden en la acción. ¡Oh… verso sin esfuerzo!

El mayor reto: el clima, queda ignorarlo, ni frío ni lloviznas merman. La gente. Ahí va, no es fácil traspasar esa barrera local, mezcla de inhibición y poca costumbre. Aquello de mejor lo conocido prela, no se trata de bailoterapia ni de taichi, con el respeto de ambas disciplinas.

El universo yógico se está construyendo con señoras que detienen su trote matutino y se atreven, corredores que intentan más equilibrio y alcance, asiduos que ya reconocen el beneficio de la disciplina y se les nota. Se trata de un momento propio y lo sabemos. Claro que alienta el respiro abierto y libre, la zona sin tensión ni control, el paso y el logro que es responder a lo que es la yoga: unión, comunión. Valga entonces siempre la invitación a todo yogui principiante, consumado y entendido en la prolija tarea de unificar nuestro ser.