hola

Vida de los casos reales

Marzo 2018

 

Herirte… ni muerta.

La pregunta repetida de los agentes aeroportuarios fue clara, en tono e inflexión neutral y sin ápice de afecto aunque capaz de producirlo: ¿llevas algo con lo que puedas herirme o hacerme daño?

Atesoré cada interrogante, con su correspondiente mirada, modulación, rictus y amago de revisión. Asumí -sin tensión- que portaba un instrumento que hacía que el equipaje de mano fuera desviado -una y otra vez- hacia el área de revisión.

No -respondí firme- ni a usted ni a nadie, así repetí cada vez. No sin antes sentir la presión de una pregunta tan directa, en primera persona, con la cercanía del agente, con sus manos en mis cosas o mis cosas en sus manos, como sea, y en su tarea -por demás ingrata- de apelar a la ética humana desde la escasez que hoy sabemos se encuentra.

Me conmovió, todas las veces me conmoví. Me sobrevenían imágenes de aquellas archivadas en memoria. Qué daño inmenso nos hemos hecho, sin preguntas ni respuestas posibles, más cuando la vida de uno desde hace tanto no vale nada para el otro.

En algún momento, con la mirada sostenida, la pregunta hecha y la respuesta dada solo brotó una sonrisa mutua de alivio, de afecto, de encuentro, de: “serías-capaz-de-herirme-ni-muerta”. Eso es algo que solo cada quien sabe, lleva, contiene: la incertidumbre de la amenaza latente, la hercúlea certeza de no querer herir a nada ni nadie, por lo menos no conscientemente. Por lo que queda, como siempre, revisar el inconsciente, por difícil y terrorista que sea. Por eso la pregunta del protocolo de requisa es perfecta. Y la respuesta debería ser siempre la misma: no, nunca, nunca jamás, nunca más.

Todo esto podría ameritar explicación, pero ¿la tiene? ¿valdría? Ya aquel lugar común de: “no hiere quien quiere sino quien puede” no aplica, aplica “quien quiere quiere” de qué es lo que puede, otro tema.

 

Sri Mataji Shaktiananda

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