hola
Memoria Visual
Tibet
Noviembre 2017
Se trató de un yatra (viaje) a eso único e indescriptible: el Kailash, por una ruta igualmente única: la interna, la vía impredecible e inevitable, no así la única: China. Partiendo de Lhasa, tres días de carretera de ida, igual de vuelta, veintidós alcabalas. Parada obligada: lago Manasarovar y la zambullida de rigor, congelante. Muy. A la vista peregrinos cumpliendo el giro total, postraciones mediante, protectores en manos y rodillas. Impresionante. Queda a 2.000 km de Lhasa, a una altitud de 4.556 metros, un círculo de 88 km y 90 m de profundidad. Es brillante, tornasolado, mítico, extraordinario. Sin dudar, se trata de un algo preso, castrado, vigilado celosamente. Demasiado rigor para visitantes. Lo saben sagrado aunque no se entienda para qué. Una gota –dicen- salva. Pero ya hay a quien no los salva nada ni nadie porque no saben que contienen su propia salvación, de si mismos, además.
Fue una expedición hacia uno mismo aunque lo que se vea sea esa piedra con forma de montaña. Entonces sí, también es una montaña inmensa, única entre Los Himalayas. A saber un reactor que lo contiene todo. Todo lo que la Tierra en su existencia ha vivido desde siempre y para siempre. Todo lo que el hombre ha depositado como memoria. Todo lo que el hombre es. Entonces también esa montaña es el hombre y viceversa. Es un depósito vivo de almas, vivas también, inmortales en su más profundo sentido. No en balde las escrituras posan sus saberes a partir de ahí y seguirán hasta que el mismo hombre se recree en otra montaña, esa que él mismo es. Lo imponente en su expresión más surreal es eso. Un tótem, un lingam, una piedra inmortal.
0 comentarios