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Cuando el cielo se abre

12 septiembre 2017

Cuando el cielo se abre, digo, por usar una expresión. Decimos cielo así, a boca llena, por ser aquello que nos representa lo más grande. Así como decir igual, se abre, porque nos parece que a veces se cierra. Y entonces de la nada surge un boquete por el que traspasan rayos de la luz, el Sol mismo, pues. Terminamos -finalmente- impregnándonos de algo poderoso. No es un fenómeno inusual, pasa mucho, por todos lados, en muchas partes. Pero lo que resulta poderoso es estar en presencia de eso. Contemplar eso.

Aquel día, todo parecía sombrío, tantas tensiones climatológicas acaban por enrarecer los ambientes, se enturbian, se decoloran, las temperaturas se disocian y suben y bajan al antojo de las precipitaciones pluviométricas. Se pronostican desastres. Y la arremetidas se advierten con inexactitud ¿y cómo no? El clima siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, igual que nosotros. Tiene igual, libre albedrío ¿no les parece? Y las especulaciones, disertaciones, estudios, asociaciones dicen que está imbricado con el nuestro.

Cuando contemplé aquello todavía los huracanes y los terremotos no se habían sucedido, sólo aquel eclipse que difuminó todo.  Y nos cegó hasta la sombra, sin presagiar bien cómo nos sería retornada. Cómo nos la devolvería. Y es así, fue así y será así.

Este planeta no tiene mayores problemas que lamentar, tiene lamentaciones que crean problemas. Aquellas que nos persiguen tanto como nosotros a ellas. Y por eso volvemos, a veces, sin idea clara de la realidad posible: disolverlas. Y las lamentaciones están tanto en uno como en el otro, es decir, en las relaciones  -circunstancialmente- en cada una de las personas con las que nos tropezamos.

De esas lamentaciones, producto de expresiones y manifiestos de “dolor” surgen todas las consecuencias. Incluso las hambrunas, las guerras, las persecuciones, las  divisiones. Lamentamos mucho el hecho de existir, más en este planeta. Cuando nos hacemos conscientes de eso salta exponencialmente lo que traemos, sea lo que sea. Frenéticamente se activa la memoria, sea la que sea, que nos hace recordar lo que nos ha devuelto nuevamente, así como los mecanismos que contenemos para asumir la existencia en vida, sea cual sea. Cada quien asume su rol existencial y manos a la obra, es decir, a la acción, sea la que sea. A pensar como se es, seamos quienes seamos; a decir lo que se piensa y a obrar como se siente. Sea como sea.

El redil, aunque nos parezca conocido, se abre igual como nuestro campo de acción. Estamos entre el cielo y la tierra. Todo nuevamente por descubrir, por conquistar y en el mejor de los casos, por transcender. Pocos llevan claros el objetivo de salir, para la mayoría es la oportunidad de continuar y aquello de “¿dónde quedé, a quien dejé, a por qué vine?”. Todo va recobrando validación ante las circunstancias creadas y nos reforzamos eso, a cada paso.

A cada paso en esta tierra desde donde el cielo venteó hasta arrasar con la vida que creíamos sólidamente construida; que tembló hasta llevarse hasta los muertos que se creían vivos. Toda la elementaridad en juego constante con lo que somos, en medio de este cruce de reinos que se creen tan lejanos entre ellos.

Nos abrimos y nos cerramos igual, sin delirios místicos ni connotaciones apocalípticas. Ya todo fue, ya todo sucedió y lo mejor, todo pasa hasta dejarnos intactos, de ser posible, en nosotros mismos, en este presente simple, absoluto y  perfecto.

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