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Gurú sin Estuche.

Ni Peluche, Ni Espanto

6 septiembre 2017

Pareciera que todo lo que espanta asusta. Esta mañana descubrí que no. Divisar no muy lejos unos espantapájaros me provocó una profunda contemplación. Me movilizaron hasta celebrar los más primitivos recursos humanos, mecanismos alcanzados para sobrellevar la convivencia en los que la ley de vivir, convivir y sobrevivir operan efectivamente.

Estaban tan dispuestos en sus labores como la misma campesina que durante días previos aró y sembró. Hermosos con sus harapos y espléndidos sombreros que los encubrían del sol tan perpendicular del Ecuador, proporcionándoles esa apariencia humana, engañosa, por lo demás, para quienes representan nada menos ni nada más que: un ser.

La realidad es el juego que se entabla con los pájaros. Seguro saben que no existe nadie ahí, pero algo los observa. Algo más también sabe, que sólo se trata de simular ser un ser sin ser, que se está sin estar. Es una permanencia hueca, vacía, simulada, puesta para que surta un efecto. Y esa consecuencia es temer a actuar. Inhibirse, en algún caso, respetar podría ser otro, alejarse en el mejor o arrasar en el peor.

Porque no es que el espantapájaros se planta en una guerra declarada contra los pajarracos, su rol es la advertencia del cumplimiento de una ley de convivencia en la que él cuida y –quizá– responde por el trabajo de quien sembró para cosechar.  Su rol es persuadir con su presencia –que suplanta la ausencia del sembrador– que las semillas sembradas o los brotes que se asoman no sean engullidas por los pájaros. Por otro lado, es muy probable, que el espantapájaros no sepa que más bien éstas aves purgan el terreno de bichos que contaminan el cultivo. No lo sabe, él funge tan sólo para lo que fue creado: espantar, si es posible, a los pájaros. Vuelvo: saben que la vida es un patio de recreo.

Al contemplar se ve a los cuervos en sano desafío. Sobrevuelan atentos. Descienden prudentes. Al más mínimo movimiento producido por los trapos, dispuestos al viento, levantan vuelo. Juegan sin descanso frente a los intrépidos guardianes del solar sin restarse ánimos. Es rutina de vida.

Inevitable rememorar que Dorothy (El Mago de Oz) se hizo de uno como su mejor amigo, cuando llegando a una intersección, siguiendo el camino amarillo hacia Ciudad Esmeralda, un espantapájaros le señaló –sin pensar– ambos senderos. A lo que ella le increpó:

_ ¿Por qué haces eso parece que no pudieras decidir? Entonces él contestó:  “es que no puedo tomar decisiones, no tengo cerebro, todo es paja.”

_ Y cómo hablas si no tienes cerebro –le preguntó Dorothy.

_ Eso no lo sé, pero hay muchas personas sin cerebro que hablan demasiado ¿verdad?

_ Sí tienes mucha razón –respondió ella.

Lo que sigue es la historia. Con la ayuda de Dorothy, quien lo liberó del palo del que permanecía colgado día y noche, el espantapájaros cobró libertad de acción para enrumbarse a la tarea de encontrar también al Mago de Oz. Sabiendo que mucho sol, lluvia, viento y su es(clavitud) en tierra era suficiente “elementaridad”  para su existencia. Necesitó éter para seguir. Eso sería lo que le pediría al Gran Mago: un cerebro, es decir, una mente para pensar.

“Todos pueden tener cerebro, es una ventaja muy vulgar, toda pusilánime criatura que se arrastra por la tierra o se escurre por los mares tiene cerebro”–le dijo El Mago, para hablarle y le dijo luego: “En mi tierra natal existen universidades, hogares de saber donde los hombres van a convertirse en eruditos. Al salir de allí piensan en cosas grandes, profundas, y su cerebro se iguala al tuyo, ellos tienen algo de lo que tu careces, un diploma. Así pues, en virtud de la autoridad que me ha conferido la Universitatus Comiteatus e Pluribus Unum, con este diploma te otorgo el título de Doctor Honoris Causa.

_ ¿Doctor en qué? –le inquirió el Espantapájaros.

_ Quiere decir… Doctor en Eruditología.

“La suma de la raíz cuadrada de cada uno de los dos lados de un triángulo isósceles es igual a la raíz cuadrada del otro lado…Oh! Victoria, al fin…¡tengo cerebro!“ –expresó sin aire el personaje en cuestión.

Eureka! Lo enunciado por el espantapájaros no fue más que un atisbo de las ternas pitagóricas, algo que se puede seguir generando hasta el infinito… y más allá. Es decir: más que libre albedrío o el mismo conocimiento como requisito social, es estimar su más íntima sabiduría.

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