¿PARA QUÉ HAS NACIDO?
22 de Marzo de 2013
¿Cómo podría explicarte tanto en tan poco tiempo?
Y a lo mejor dirás: ¿Es que acaso te pido explicación alguna?
Me dices la verdad.
Pero ocurre que desde el momento en que tratas de incorporarte, que te presentas aquí, quién sabe por qué, buscando qué, empieza a darse en mí una resonancia que es la misma que te hace llegar hasta aquí.
Me extienden, me establecen entonces, una vez más, el compromiso de explicarte.
Y como a lo mejor no sabes qué quieres que te explique, yo sí lo sé.
Mírame bien, una vez tuve que preguntarme por qué nací, para qué nací.
Y si ya te lo has preguntado, respeto tus respuestas.
Haces que te diga las mías.
Y te digo más: Cuando tuve que hacerme esa pregunta fue porque estuve a punto de morir.
Entonces entendí:
Nací para morir.
¿Y mientras qué?
Oye bien:
¿Para qué naciste? ¿Para qué has nacido?
Y tienes que preguntártelo una y otra vez, todo el tiempo.
Eso que conoces como el tiempo, ahí, tienes que plantarte y decirte una y otra vez: ¿Para qué he nacido?
Y si ya aceptas que es para morir, vamos bien, vas bien.
Entonces sigo.
Cuando supe que pude haber muerto, sin haber hecho, sin haber realizado mi propósito de vida,me cuestioné tanto que también pude haber muerto solamente por eso.
Pude haber desfallecido ante mi propia decepción.
Pude haberme deprimido hasta haberme muerto.
Pude haberme matado al creer que no tenía el valor.
¿Vas entendiendo?
Entonces pasó lo que tenía que pasar.
Y despiertas, y existe una incomodidad que no sabes cómo sobrellevarla.
Y tienes que cuidarte de no entrar en desesperación.
Al contrario, tienes que establecer en ti una comunicación que te permita contar contigo.
Y entonces ves más claramente que el mundo se divide entre quienes han querido creer en sí mismos y quiénes no.
Y resulta un duro golpe.
Tienes que enfrentar con valor la decisión de querer creer, sabiendo bien lo que enfrentarás.
Y eso hice: Decidí creer.
Entonces viene todo lo demás: en qué o en quién.
Y si de verdad lo que te ha ocurrido, lo que te ha pasado, es de verdad, es real, es puro,
nada tienes que buscar.
Y ahí caes nuevamente en otra trampa humana.
Te van diciendo en qué tienes que creer y por qué.
¿Que sería lo más justo y conveniente, lo más lógico?
Y decides que no. Que te quedas ahí, casi que como esperando lo que es de ti,
porque en alguna parte está y sabes que es en ti.
Te confieso: nada busqué. Pero sí se trató de un encuentro.
Quienes saben que tu encuentro está dado, salen a buscarte.
Y lo mejor que te puede pasar es que te encuentren.
Pregúntate también cuántas veces has dado con tal encuentro
y cuenta no te das y ni te importa.
Te empeñas, por costumbre, conveniencia, temor, a lo que está por ahí.
Entonces pasó, el encuentro se dio, y es lo que estás viendo.
Y ya no existen en ti ningunas ganas de escaparte para ninguna parte.
Se te pasa esa urgencia de morir, de no querer estar aquí con nada ni con nadie.
Y te vas regocijando contigo mismo, al saber para qué naciste.
Y fue como me encontré en esto.
Dirás: ¿De qué hablas?
Y está el ritual, está el canto, está la devoción y está la Fe.
¿El ritual por qué?
Porque te trae a contemplar lo que tú mismo Ser es.
Y es esa experimentación, más que elemental, que te hace envolverte en tu propio Ser.
Y entonces, te provoca expresarte.
Y dime tú, ¿qué has encontrado en el hombre más hermoso que esa intención, esas ganas de alabar?
Entonces, te preguntas:
¿Alabar a quién, por qué? ¿A quién le cantas? ¿Para qué?
Y si supieras que te cantas a ti.
Que todo lo que pronuncias es para ti.
Es invocándote, extasiándote, estableciéndote en gloria aunque estés aquí.
Tu devoción siempre tiene que ser hacia ti.
Y todo eso, te hace alcanzar esa Fe que tantos desconocen y creen practicar.
Y nadie los saca de su dogma espiritual.
Y no saben bien por qué hacen cada cosa.
Permíteme seguir.
Y luego queda el intento mayor.
Hacer que de ti surja lo que tiene que ser:
La idea primordial, tu concepción, el motivo único de tu nacimiento hoy aquí, antes de morir.
Y es amarte por encima de todo y de todos.
Es amarte, es perdonarte todo lo que recuerdes y lo que no también.
Es verte y sentirte cada día y decir: ¿Para qué nací?
Y que nunca falle tu respuesta: Para amarme más.
Y mira bien: eso no tiene religión alguna.
Ni siquiera me atrevo a nombrarte al Dios.
Y, por otro lado, queda cruzar esta travesía interna pese a todos los demás.
Y es ahí, cuando lo único que te puede sostener es el coraje.
Que no te digo que a veces falla. Falla muchas veces.
Y más por esa falsa respuesta de los no-hombres, que quieren que jamás entiendas lo que la muerte no es.
Y por encima de todo, lo que la muerte es.
Sólo el hombre sabe lo que la vida es. Esta vida.
Sólo el hombre ha podido comprender lo que la vida es. Esta vida.
Sólo el hombre sabe quién es y para eso nació una y otra vez.
Y por eso ha muerto una y otra vez, hasta que al fin, algún día se entera, sabe, comprende y quiere vivir eternamente.
Eso Es. Eso Soy.
Y a lo mejor dirás: ¿Es que acaso te pido explicación alguna?
Me dices la verdad.
Pero ocurre que desde el momento en que tratas de incorporarte, que te presentas aquí, quién sabe por qué, buscando qué, empieza a darse en mí una resonancia que es la misma que te hace llegar hasta aquí.
Me extienden, me establecen entonces, una vez más, el compromiso de explicarte.
Y como a lo mejor no sabes qué quieres que te explique, yo sí lo sé.
Mírame bien, una vez tuve que preguntarme por qué nací, para qué nací.
Y si ya te lo has preguntado, respeto tus respuestas.
Haces que te diga las mías.
Y te digo más: Cuando tuve que hacerme esa pregunta fue porque estuve a punto de morir.
Entonces entendí:
Nací para morir.
¿Y mientras qué?
Oye bien:
¿Para qué naciste? ¿Para qué has nacido?
Y tienes que preguntártelo una y otra vez, todo el tiempo.
Eso que conoces como el tiempo, ahí, tienes que plantarte y decirte una y otra vez: ¿Para qué he nacido?
Y si ya aceptas que es para morir, vamos bien, vas bien.
Entonces sigo.
Cuando supe que pude haber muerto, sin haber hecho, sin haber realizado mi propósito de vida,me cuestioné tanto que también pude haber muerto solamente por eso.
Pude haber desfallecido ante mi propia decepción.
Pude haberme deprimido hasta haberme muerto.
Pude haberme matado al creer que no tenía el valor.
¿Vas entendiendo?
Entonces pasó lo que tenía que pasar.
Y despiertas, y existe una incomodidad que no sabes cómo sobrellevarla.
Y tienes que cuidarte de no entrar en desesperación.
Al contrario, tienes que establecer en ti una comunicación que te permita contar contigo.
Y entonces ves más claramente que el mundo se divide entre quienes han querido creer en sí mismos y quiénes no.
Y resulta un duro golpe.
Tienes que enfrentar con valor la decisión de querer creer, sabiendo bien lo que enfrentarás.
Y eso hice: Decidí creer.
Entonces viene todo lo demás: en qué o en quién.
Y si de verdad lo que te ha ocurrido, lo que te ha pasado, es de verdad, es real, es puro,
nada tienes que buscar.
Y ahí caes nuevamente en otra trampa humana.
Te van diciendo en qué tienes que creer y por qué.
¿Que sería lo más justo y conveniente, lo más lógico?
Y decides que no. Que te quedas ahí, casi que como esperando lo que es de ti,
porque en alguna parte está y sabes que es en ti.
Te confieso: nada busqué. Pero sí se trató de un encuentro.
Quienes saben que tu encuentro está dado, salen a buscarte.
Y lo mejor que te puede pasar es que te encuentren.
Pregúntate también cuántas veces has dado con tal encuentro
y cuenta no te das y ni te importa.
Te empeñas, por costumbre, conveniencia, temor, a lo que está por ahí.
Entonces pasó, el encuentro se dio, y es lo que estás viendo.
Y ya no existen en ti ningunas ganas de escaparte para ninguna parte.
Se te pasa esa urgencia de morir, de no querer estar aquí con nada ni con nadie.
Y te vas regocijando contigo mismo, al saber para qué naciste.
Y fue como me encontré en esto.
Dirás: ¿De qué hablas?
Y está el ritual, está el canto, está la devoción y está la Fe.
¿El ritual por qué?
Porque te trae a contemplar lo que tú mismo Ser es.
Y es esa experimentación, más que elemental, que te hace envolverte en tu propio Ser.
Y entonces, te provoca expresarte.
Y dime tú, ¿qué has encontrado en el hombre más hermoso que esa intención, esas ganas de alabar?
Entonces, te preguntas:
¿Alabar a quién, por qué? ¿A quién le cantas? ¿Para qué?
Y si supieras que te cantas a ti.
Que todo lo que pronuncias es para ti.
Es invocándote, extasiándote, estableciéndote en gloria aunque estés aquí.
Tu devoción siempre tiene que ser hacia ti.
Y todo eso, te hace alcanzar esa Fe que tantos desconocen y creen practicar.
Y nadie los saca de su dogma espiritual.
Y no saben bien por qué hacen cada cosa.
Permíteme seguir.
Y luego queda el intento mayor.
Hacer que de ti surja lo que tiene que ser:
La idea primordial, tu concepción, el motivo único de tu nacimiento hoy aquí, antes de morir.
Y es amarte por encima de todo y de todos.
Es amarte, es perdonarte todo lo que recuerdes y lo que no también.
Es verte y sentirte cada día y decir: ¿Para qué nací?
Y que nunca falle tu respuesta: Para amarme más.
Y mira bien: eso no tiene religión alguna.
Ni siquiera me atrevo a nombrarte al Dios.
Y, por otro lado, queda cruzar esta travesía interna pese a todos los demás.
Y es ahí, cuando lo único que te puede sostener es el coraje.
Que no te digo que a veces falla. Falla muchas veces.
Y más por esa falsa respuesta de los no-hombres, que quieren que jamás entiendas lo que la muerte no es.
Y por encima de todo, lo que la muerte es.
Sólo el hombre sabe lo que la vida es. Esta vida.
Sólo el hombre ha podido comprender lo que la vida es. Esta vida.
Sólo el hombre sabe quién es y para eso nació una y otra vez.
Y por eso ha muerto una y otra vez, hasta que al fin, algún día se entera, sabe, comprende y quiere vivir eternamente.
Eso Es. Eso Soy.
Om Namaha Shivaya
Mataji Shaktiananda
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